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Existe un municipio muy conocido en la provincia de Salerno, en Italia, que cuenta con poco más de 5 000 habitantes: Amalfi, una tierra muy bonita entre el Valle de los Molinos y el mar, llena de maravillosas vistas y, obviamente, de turistas. Se trata de una de las antiguas Repúblicas Marítimas italianas, famosa en todo el mundo por sus grandes empresas, pero también por otra cosa que se les ha dado muy bien: la fabricación del papel a mano.
El papel nació en China en el siglo I d. C. y llegó a Amalfi cuando era una República Marítima que mantenía relaciones comerciales también con los árabes. Fue de ellos de quienes aprendieron los amalfitanos las diferentes técnicas de producción del papel, llamado entonces papel «bambagina», por la ciudad El Mambig o, según otras teorías, por el algodón homónimo. En Amalfi había 16 fábricas de papel, todas ellas situadas a lo largo de la calle bajo la cual pasaba el río Canneto.
El papel amalfitano es famoso en todo el mundo por su excelente calidad. Se usó por primera vez para escritos privados y documentos judiciales en todas las ciudades del sur de Italia en la Casa de Anjou-Sicilia, la Casa de Aragón, el virreinato español y la corte de los Borbones. Después lo usaron poblaciones extranjeras que, dada la calidad del producto, venían expresamente a Amalfi para imprimir sus obras en papel de Amalfi. Actualmente se utiliza para los usos más dispares, desde papel de diseño para acuarelas hasta papel para anuncios de ceremonias, entre otros.
Hemos visto cómo se fabrica el papel a mano tal y como se hacía hace cientos de años
Gracias a un descendiente de un antiguo linaje de papeleros —Nicola Milano—, existe en Amalfi el Museo del Papel, ubicado concretamente en Via delle Cartiere (en español, la calle de las fábricas de papel). Tiene su sede en una antigua fábrica de papel que data del siglo XIV o, quizás, de mediados del siglo XIII, y que fue donada a una fundación que la gestiona desde 1969.
Hemos ido a visitarla y hemos descubierto que tienen auténticas máquinas de época que todavía funcionan perfectamente, además del molino, como nos contó el director, Emilio De Simone, quien dirige el museo desde hace al menos 20 años: «Tratamos de preservar esta rareza y la tradición, esta excelencia de Amalfi. De hecho, es la única fábrica de papel de Europa con máquinas originales que siguen funcionando y en la que ofrecemos la posibilidad de verlas en funcionamiento».
Dentro se pueden ver en acción las distintas tecnologías usadas en los siglos pasados para producir papel. Lo que acciona la maquinaria es el agua del río Canneto. Una auténtica fábrica de papel destinada a museo, con guía en varios idiomas, en la que se pueden ver herramientas del siglo XVIII que se usaban para producir el papel a mano. Entonces, ¿cómo se producía antiguamente este papel de una calidad tan excelente? Evidentemente, hoy en día los procesos de producción son tecnológicamente avanzados (más información en nuestro artículo sobre Fedrigoni), por lo que es curioso que, en 2018, hayamos podido asistir a la producción de papel a mano con maquinaria de hace unos 400 años y en todavía en función.
Cómo se hace el papel a mano: la demostración
Lo que distingue el papel de Amalfi del resto es su especial proceso de producción, que no incluye el uso de celulosa sacada de la madera. El elemento fundamental que usaban era una masa que, diluida en agua, daba lugar a la producción del papel. Al contrario que la celulosa, los «ingredientes» eran estrazas de lino, algodón y cáñamo de color blanco. Estas telas se reducían a pulpa gracias a grandes mazas con clavos movidas por el agua: una máquina llamada «pila de mazas». Todo funcionaba con propulsión hidráulica y eólica para secar el papel. Y, efectivamente, la pudimos ver en acción.
A continuación, la transformación en pasta tenía lugar mediante una limpieza y una destrucción del tejido para aislar las fibras de los botones y las costuras que, de lo contrario, habrían destrozado las máquinas, además de no garantizar un producto de calidad. Luego se hacía el deshilachado, un procedimiento utilizado para destruir todos los rastros de tejido sin cortar los filamentos.
Tras otros pasos de limpieza, se obtenía finalmente una masa filamentosa que se llamaba deshilachado o «media pasta». Este término contrastaba con el de «toda pasta», que se obtenía con el refinamiento hecho precisamente por las grandes mazas de madera que batían y trituraban las estrazas recogidas en pilas de piedra.
De esta forma, se obtenía una pasta que, diluida en agua, estaba lista para procesar.
Después, la fibra, disuelta en agua en una tina, se transformaba a mano en hojas por medio de un marco formado por hilos de latón y bronce, que se marcaban con los escudos de filigrana de las antiguas familias nobles de la ciudad. El papelero sumergía el marco en la tina con el fondo formado por una malla metálica para recoger una cantidad de pasta que se distribuía en la superficie de este y luego colaba el agua para mantener una capa fina del material.
A continuación, la hoja de papel se colocaba en un fieltro de lana, que se cubría, a su vez, con otro fieltro.
Las hojas se sometían a un prensado para eliminar todo el agua residual.
La última fase del proceso de fabricación del papel consistía en secarla en tendederos especiales.
En Amalfi, la pila de mazas se sustituyó más tarde por la pila holandesa, inventada por los fabrianeses (de la ciudad de Fabriano, Italia) a mediados del siglo XVIII. Gracias a esta herramienta, además del refinamiento se realizaba el lavado y el deshilachado. El aparato estaba formado por una tina de piedra y de cemento, con una pared en medio que la dividía en dos canales. En el más grande, llamado «canal de trabajo», rotaba un cilindro con cuchillas.
La pila holandesa era más eficaz porque permitía trabajar rápidamente, reduciendo los costes. Cuando la tina se cargaba de estrazas, había que hacer entrar el agua limpia, de manera que las estrazas entraban en contacto con el agua. En el fondo de esta máquina se depositaban las impurezas insolubles, como la arena, y toda la operación se consideraba terminada cuando el agua salía limpia. Después, se hacía el deshilachado, esto es, cuando las estrazas pasaban entre las cuchillas hasta perder toda traza de tela, convirtiéndose en una masa filamentosa y deshilachada. Así, la pasta era homogénea y filamentosa, y en este momento era cuando se pasaba por la máquina continua para extenderla.
Esta máquina transformaba la «toda pasta» obtenida en auténticas hojas de papel. Al final, el papel se prensaba entre dos grandes cilindros de cobre.
Al terminar la interesante visita, se puede —si se quiere— aprender todavía más en la biblioteca dedicada al papelero Nicola Milano. En ella hay 3 520 tomos catalogados con las metodologías y tecnologías más recientes, incluida la historia, la técnica y la industria del papel, así como textos extranjeros sobre la misma temática.
Un viaje muy pero que muy interesante al pasado para aprender cómo se fabricaba el papel con tecnologías que priorizaban el reciclaje de los materiales y la calidad.