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El capitán Alatriste, un veterano de los tercios de Flandes que vive como espadachín a sueldo en el Madrid del siglo XVII, es el personaje más famoso de Arturo Pérez-Reverte. Protagonista de un buen puñado de novelas, también fue llevado a la gran pantalla con Viggo Mortensen como actor principal.
En diciembre de 2020, Chema Alonso, Chief Digital Consumer Officer (CDCO) de la compañía Telefónica, se preguntó si una máquina podía escribir como el escritor español. Así nació el proyecto Maquet, que ha creado una inteligencia artificial que hace que cualquier texto se pueda convertir al estilo de las aventuras de Alatriste. Una vez entrenado, lo que hace el sistema es ir diciendo las palabras que no encajan en la manera de narrar de Pérez-Reverte y sugiriendo cambios para adaptarlas. El origen de esta idea se encuentra en un proyecto conjunto entre Telefónica y la Real Academia Española (RAE) para defender el buen uso de la lengua española en el entorno digital.
La inteligencia artificial ya no es una tecnología que inspira las películas de ciencia ficción, sino una herramienta con la que convivimos a diario en todos los ámbitos de nuestra vida. Tanto es así que, según un informe de Facts and Factor, el mercado de la inteligencia artificial experimentará un crecimiento anual del 35,6 %, lo que supondrá pasar de unos ingresos de 29.860 millones de dólares en 2020 hasta los 299.640 millones de dólares en 2026. Representa, sin duda, una gran oportunidad para el horizonte de la creación literaria.
Primeras experiencias literarias
La de Maquet no es la primera vez que un algoritmo aprende a imitar la forma y estructura de un escritor. En 2016, un grupo de investigadores del Instituto de Ingeniería del Conocimiento (IIC), de la Universidad Autónoma de Madrid (UA), presentó NeuroCervantes. La base del proyecto fue la creación de un ‘cerebro artificial’ que estudió ‘El Quijote’, obra maestra de la literatura universal, sirviéndose de técnicas de aprendizaje profundo. A través del alfabeto, el algoritmo aprendió a construir oraciones cada vez más complejas hasta adquirir la habilidad de imitar el estilo de Cervantes.
Aunque hay discrepancias sobre el origen de las novelas escritas íntegramente por una inteligencia artificial, suele citarse ‘1 The Road’ como la primera. En 2017, el artista y hacker Ross Goodwin utilizó un portátil, un micrófono, un GPS y una cámara instalados en un automóvil y recorrió Estados Unidos en un intento de emular al novelista norteamericano Jack Kerouac en su libro ‘El camino’, y encontrar algo esencial sobre lo que escribir de la experiencia. El libro se escribió a partir de los estímulos a los que estuvo expuesta la computadora.
A principios de 2019 salió a la luz la primera publicación científica generada a partir de inteligencia artificial. ‘Lithium-Ion Batteries: A Machine-Generated Summary of Current Research’, de la editorial académica Springer Nature, es un extenso resumen de más de 50.000 artículos previamente publicados sobre baterías de litio. El propósito del responsable del proyecto, Christian Chiarcos, profesor de Lingüística Computacional Aplicada (ACoLi) de la Universidad de Goethe, era facilitar el trabajo de los científicos, puesto que podrían ahorrar mucho tiempo a la hora de documentarse para sus investigaciones. El ejemplar, además, es de libre acceso.
Recursos para superar un bloqueo creativo
La inteligencia artificial es una gran aliada de los escritores ante el miedo a la página en blanco. Eso es lo que pensó Mercedes Ezquiaga cuando, mientras escribía ‘Será del arte el futuro. Cuando la creación expande sus fronteras’ (2020) y sintió que el libro pedía un capítulo más, pero no tenía claro de qué debía tratar. La autora argentina contactó con su amigo Esteban Tablón, que está a cargo del área de inteligencia artificial de una bodega, y se pusieron a desarrollar el proyecto en el que un algoritmo terminaría el libro. Lucía Funes -nombre con el que fue bautizada la autora virtual en referencia a personajes de Cortázar y Borges- fue sometida a un proceso de ‘ingesta’ de la obra de Ezquiaga y luego se le cargaron conocimientos de semántica. A partir de ahí, le incorporaron un módulo con la función de redactar y otro capaz de aprender. De esta manera, cuando comenzó a escribir, le fueron corrigiendo para que ‘tomara notas’ y progresara. También se la proveyó de la capacidad de evaluarse a sí misma.
El Laboratorio Creativo de Google en Sydney, Australia, explora las posibilidades del aprendizaje automático en colaboración con escritores. En la página experiments.withgoogle.com expone una serie de herramientas para aumentar el proceso creativo de escritura. ‘Between the lines’, por ejemplo, ayuda a encontrar tramas interesantes; solo hay que escribir la primera y la última línea de una historia y el sistema se encarga de rellenar lo que sucedería en el medio. ‘Once Upon a Lifetime’ y ‘Banter Bot’, por su parte, son generadores de historias de vida de personajes. Los escritores proporcionan información sobre cómo es el personaje que está trabajando y luego pueden conversar con él a través del texto.
Aunque está más enfocado al entretenimiento, existe un juego, AI Dungeon, que permite a los usuarios crear y compartir sus propios escenarios utilizando inteligencia artificial. Primero se elige el género de la historia que se quiere escribir (aventura, apocalíptico, fantasía, misterio, zombis…), y en unos segundos la herramienta escribe las primeras líneas y cede el control al usuario para que tome alguna decisión. Se puede jugar con otras personas a la vez e incluso conocer las historias que han escrito otros.
De cara al futuro, la literatura generada por máquinas suscitará un enorme debate, desde cuestiones de autoría hasta cuestiones técnicas y éticas. ¿Puede algo tan genuinamente humano como la creatividad integrarse en un algoritmo? ¿Los desarrolladores de algoritmos pueden ser considerados autores? ¿Quién es el responsable del contenido generado por una máquina?