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Maestros del cómic: Hugo Pratt
Hugo Pratt, nombre artístico de Ugo Eugenio Prat, nació en Rímini en 1927, pero es un ciudadano del mundo desde que nació: su padre era de origen anglofrancés, su madre era veneciana y sus abuelos se mudaron desde Turquía a Murano.
Pratt pasó su infancia en Venecia, ciudad que fue el escenario de muchas de sus historias, y tuvo la suerte de recibir muchísimos influencias de las figuras femeninas que lo rodeaban: de su madre, con su pasión por el Tarot, de su abuela, que lo llevaba al cine y que lo animaba a dibujar lo que había visto en la gran pantalla y de su tía actriz de teatro, que lo llevaba a ver la ópera y que le contaba los mitos hebreos y la Cábala.
De su abuelo materno Eugenio, podólogo y poeta veneciano, Hugo heredó la pasión por la poesía y por ese lenguaje sintético que logra transmitir ideas profundas y, al mismo tiempo, inmediatas, a través de las palabras. El estilo de sus cómics refleja, de alguna forma, esta pasión, esa búsqueda del equilibrio entre texto y dibujo: en sus obras más maduras, los diálogos y la acción se alternan con viñetas sin texto en el que una sola ilustración tiene el poder de estimular la imaginación del lector.
Cuando cumplió 10 años, a Hugo lo enviaron a Abisinia (la actual Etiopía), ya que su padre era oficial del ejército colonial italiano. Durante sus 7 años en África, Pratt descubrió el mundo militar, la guerra, el desierto y sus horizontes infinitos, además de conocer a hombres y mujeres de muchísimas nacionalidades. Durante este periodo, se enamoró de las novelas de aventuras –James Oliver Curwood, Zane Gray y Kenneth Roberts eran algunos de sus autores favoritos– y descubrió los primeros cómics estadounidenses, entre los que se encontraba «Terry y los piratas» de Milton Caniff.
En 1943, el padre le dejó un ultimo regalo antes de que lo llevasen a un campo de prisioneros inglés del que no volvió jamás: el libro «La isla del tesoro» de Robert Luis Stevenson, una novela que dejó una huella imborrable en la imaginación del joven Pratt.
Todas las experiencias que vivió y los lugares que visitó durante su infancia y su adolescencia (Venecia, África, el cine, la poesía, el teatro, la mitología, la novela de aventuras, la guerra y el contacto con distintos pueblos) encontraron más tarde hueco en sus obras y alimentaron el riquísimo universo prattiano.
Su estreno con «As de picas»
Al regresar a Venecia tras la Segunda Guerra Mundial, Pratt fundó la editorial Uragano Comics junto a algunos amigos, que, a partir de 1947, se convirtió en Asso di Picche- Comics por su personaje principal, un verdugo con medias amarillas. La serie «As de picas», primera obra del dibujante, presentaba al primer héroe enmascarado de los cómics italianos y fue un homenaje a los héroes estadounidenses de la Época dorada, desde el Batman de Bob Kane a El Hombre Enmascarado de Lee Falk.
El estilo recordaba en algunos aspectos al de Milton Caniff en «Terry y los piratas» y sigue los cánones del género de superhéroes estadounidense, aunque los trazos estaban lejos de lo que encontramos en trabajos posteriores.
El periodo argentino
A los 22 años, Pratt partió hacia Argentina junto a sus amigos del «grupo de Venecia». Allí conoció a Héctor Oesterheld, un dibujante de cómics argentino que le propuso dibujar al personaje «Sargento Kirk» para la revista semanal Misterix. En el 57, Oesterheld fundó su propia editorial, la editorial Frontera, y le encargó a Pratt las series «Ernie Pike» y «Ticonderoga».
Con estas obras, el dibujante veneciano tuvo la posibilidad de expresar su pasión de la infancia por el género western, pero también de perfeccionar progresivamente su capacidad narrativa. De hecho, a partir del 59, Pratt empezó a escribir sus historias por su cuenta: tras «Ana en la jungla», que cuenta la historia de una chica invitada por la guarnición inglesa en África Oriental, publicó «Capitán Cormorant» y «Wheeling». Este último, que está ambientado en el periodo de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, fue sin duda alguna la primera obra maestra del dibujante veneciano, ya sea por el poder evocativo de sus imágenes o por su eficaz mezcla de realidad y fantasía. Este último aspecto fue el que caracterizó sus obras posteriores, como subrayó el autor en una entrevista: «En Wheeling, como en otras historias, intento recrear algo imaginario en un contexto con referencias históricas precisas. Pero, a veces, la realidad es mucho más sorprendente que la imaginación».
La serie de cómics se publicó en tres fases entre 1962 y 1995 en revistas argentinas, italianas y francesas, y se completó tan solo un año antes de la muerte del artista. Dado el gran intervalo de tiempo que separa una historia de la otra, «Wheeling» refleja a la perfección la evolución artística del autor: los dibujos, cada vez más precisos y detallados, son el resultado de una cuidadosa investigación histórica y crean una «novela en imágenes» épica y apasionante.
La vuelta a Italia y el nacimiento de Corto Maltés
Debido a la crisis económica en Argentina, Pratt se vio obligado a regresar a Italia en 1963 y empezó a ilustrar distintas historias para la revista «Il corriere dei piccoli». En el 67, conoció a Florenzo Ivaldi, un emprendedor genovés con pasión por los cómics y aficionado de Pratt. Ivaldi decidió crear una publicación mensual, «Sargento Kirk», con el principal objetivo de mostrar al público italiano las obras publicadas en Argentina por el dibujante de cómics veneciano. La revista también sirvió para publicar una obra nueva de Pratt, «La balada del mar salado», en la que apareció por primera vez el marinero errante Corto Maltés.
La historia, que el propio autor definió como un ejemplo de «literatura dibujada», es una mezcla fascinante de cómic y novela, y es todo un ejemplo de novela gráfica antes del surgimiento de este género. Del género literario tomó prestados varios elementos: la mezcla de voces narrativas (primero, el océano Pacífico, luego una voz en tercera persona y, por último, una «voz en off»), el relato coral, en el que participan muchísimos personajes con matices psicológicos complejos, y el preciso escenario histórico y geográfico (Oceano Pacífico, 1913-1915).
Pratt se inspiró en la novela de aventuras del siglo XIX, en particular en la de Stevenson y Conrdad (de los que, como sabemos, era un gran aficionado), pero, al mismo tiempo, introdujo en el cómic algo totalmente innovador: el espacio para la introspección de los personajes y para la reflexión. Las sugerentes imágenes y las impactantes frases añadían pausa al ritmo narrativo e invitaban al lector a pensar y a dejarse llevar por la imaginación.
Otro aspecto diferenciador de Corto Maltés con respecto al cómic tradicional era que para los temas que se narraban, las citas literarias y el lenguaje que se usaba era válido para distintos niveles de lectura, lo que atraía tanto a los lectores más jóvenes como a los más mayores. Las historias del marinero también generaban interés al público intelectual y culto, como refleja una afirmación de Umberto Eco: «Si quiero divertirme, leo a Hegel. Si quiero esforzarme, leo Corto Maltés».
Pif Gadget y el éxito internacional
En 1969, Hugo Pratt conoció a Georges Rieu, editor jefe de la revista semanal francesa de gran tirada Pif Gadget, que le propuso escribir historias nuevas para su publicación. El artista decidió mudarse a París, publicó 29 episodios de Corto Maltés y ganó fama internacional.
Durante estos años, siguió viajando por el mundo y publicó más historias, como las de la serie de aventuras «Los escorpiones del desierto», ambientada en África Oriental durante la Segunda Guerra Mundial: de nuevo, Pratt recurrió a sus recuerdos de juventud incluyendo en su trama algunos elementos biográficos.
Tanto en Corto Maltés como en Los escorpiones del desierto, Pratt buscaba un trazo cada vez más sencillo, como reveló el mismo: «He trabajado 50 años para llegar a dibujar como dibujo ahora. Me gustaría llegar, un día, a poder contar todo con una simple línea». Esta ambición «metafísica» encontró su máxima expresión en los horizontes infinitos del mar y del desierto, por los que el ojo del lector puede viajar y soñar a placer.
Con «Mü, la ciudad perdida», publicado en 1990, concluía la saga de Corto Maltés que ideó Pratt. Sin embargo, como todos los personajes de culto, el marinero no ha desparecido y sigue protagonizando nuevas historias.
Tras la muerte del artista, se publicaron otras cuatro historias: las tres primeras («Bajo el sol de medianoche», «Equatoria» y «El día de Tarowean») las realizaron la pareja española formada por Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero. Estas tres historias vuelven sobre los pasos del marinero maltés. La última, en cambio, titulada «Océano negro» es obra de Martin Quenehen y Bastien Vivès, se publicó en 2021 y narra las aventuras de un joven Corto en 2001, tras los atentados terroristas en EE. UU.
Quien quiera profundizar en las obras de este gran artista, puede visitar la exposición «Hugo Pratt – De Génova a los mares del sur» que se inauguró en Génova el 14 de octubre de 2021 y que estará expuesta hasta el 20 de marzo de 2022. Con más de 200 obras entre viñetas y acuarelas, la exposición te permite sumergirte de nuevo en el extraordinario universo creado por el autor.