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Tridimensionales e interactivos: mucho antes de la aparición de los videojuegos, algunas obras artesanales en papel transportaban a grandes y pequeños a mundos tridimensionales y explorables. ¡Son libros desplegables!
Al abrir una página, el pequeño (o grande) lector ve frente a él una ilustración que cobra vida y se vuelve tridimensional: las tres carabelas en las que navegó Cristóbal Colón en su viaje a América, la selva del joven Mowgli con elefantes y jirafas, o incluso el espacio lejano en el que los astronautas agitan sus brazos gracias a una pequeña pestaña de papel.
La historia de los libros desplegables está formada por los pequeños inventos de grandes visionarios que se han atrevido y han experimentado a lo largo de los siglos. ¿Cómo superaron la limitación bidimensional del libro?
Los primeros libros desplegables: cosmogonías medievales y tratados de navegación
¿Cuál fue el primer libro desplegable de la historia? Por desgracia, actualmente no existe una respuesta clara a esta pregunta. Remontarse a los orígenes del antiguo arte de crear páginas móviles no es fácil. Sin embargo, existen varias hipótesis.
Massimo Missiroli, coleccionista, creador y editor de libros desplegables, nos contó, por ejemplo, que en una abadía francesa se encontró dentro de un manuscrito del siglo XIII un trocito de papel pegado a una página con un hilo de algodón [entrevista completa a Massimo Missiroli disponible en el blog de Pixartprinting]. ¿Es este el primer libro interactivo?
Seguramente las primeras páginas móviles aparecieron antes de la invención de la imprenta. De hecho, en varios manuscritos medievales se pueden encontrar las llamadas «volvelles»: discos de papel móviles, cortados con siluetas y superpuestos que se fijaban a las páginas. El lector giraba los discos para realizar cálculos complejos o estudiar visualmente los sistemas astronómicos y filosóficos de la época. Uno de los primeros en utilizar este mecanismo fue Ramón Llull, poeta, filósofo y místico mallorquín.
¿Qué decir? Definitivamente, ¡los primeros experimentos con la interactividad de la página estaban lejos de los divertidos libros desplegables de hoy!
Aquí viene la imprenta: mapas, perspectivas y cuerpos humanos, interactivos
Gracias a la invención de la imprenta de tipos móviles, la difusión de los libros se disparó por toda Europa. Algunos de estos también contenían algunas páginas móviles. Este es el caso del Liber Cosmographicus, un best-seller del siglo XVI del matemático alemán Peter Apian. El libro recopilaba cinco mecanismos móviles y giratorios con los que el lector podía interactuar con mapas e instrumentos astronómicos en papel.
En la misma época, se utilizaron insertos interactivos para explorar el cuerpo humano, profundizar en el arte de la perspectiva, mostrar ejemplos de arquitectura y explicar teorías astronómicas y filosóficas complejas. No fue hasta a partir de mediados del siglo XVIII cuando los mecanismos interactivos en papel también se utilizaron en campos claramente más frívolos.
Las arlequinadas —divertimentos en papel muy populares en la época— eran publicaciones compuestas por hojas sueltas dobladas en cuatro, del tamaño de un folleto moderno. A menudo, el protagonista era Arlequín, que debía lidiar con experiencias en la ciudad o durante viajes por el mundo. Cada solapa de papel podía levantarse para dejar a la vista las figuras que se ocultaban bajo ella, en algunos casos revelando hasta tres imágenes diferentes.
Y en esto se basa, por ejemplo, el funcionamiento de una arlequinada, que tiene una intención moral concreta: de hecho, el libro cuenta cómo bajo las apariencias se ocultan las verdaderas virtudes (pero también todas las obscenidades) de las personas.
Si inicialmente las arlequinadas tenían una intención didáctica para adultos, el editor inglés Robert Sayer no tardó en empezar a producir algunas dedicadas exclusivamente a los niños. Así, los más pequeños pudieron empezar a fantasear con historias y personajes de todo el mundo, destapando de vez en cuando ilustraciones exquisitamente coloreadas a mano.
Alzar, levantar y abrir: experimentos e inventos para sorprender al lector
Desde ese momento en adelanto, se empezó a experimentar constantemente con nuevos métodos para crear libros interactivos. De hecho, las editoriales de la época tenían un objetivo muy concreto: hacer que los libros fueran atractivos incluso para los más jóvenes y así aumentar las ventas.
En el siglo XIX, por ejemplo, algunas de las novelas de aventuras más famosas, como Los viajes de Gulliver y Robinson Crusoe, contenían ilustraciones extraíbles: una especie de muñecas de papel. De esta forma, el lector podía cambiar la ropa de los personajes en función del desarrollo de la historia.
Otro de los mecanismos que aparecen en estos años es el de las ilustraciones tridimensionales. La editorial Dean&Son fue la primera en utilizar esta ingeniosa solución, que estaba destinada a tener un enorme éxito. Gracias a una serie de pequeñas cintas, se podían crear ilustraciones muy complejas y muy detalladas, observables desde diferentes ángulos. ¡Las imágenes y la fantasía de los libros tomaban forma por primera vez en tres dimensiones!
Probablemente, el más ingenioso de quienes experimentaron con estas técnicas en aquellos años fue el alemán Lothar Meggendorfer. Meggendorfer fue famoso por sus complejísimas ilustraciones móviles: se dice, por ejemplo, que consiguió recrear la escena de un enorme banquete en el que era posible mover los ojos, la boca, los brazos y las piernas de todos los invitados.
Sin embargo, la invención que se convertirá en el símbolo de todos los libros interactivos será la del libro desplegable: con solo abrir una página, la ilustración plana se convierte en tridimensional ante los asombrados ojos del lector.
El padre de esta invención es el ilustrador inglés S. Louis Giraud, quien la desarrolló en la década de 1940. Gracias a él y a una serie de libros publicados por la editorial londinense Strand Publications, el sector del libro interactivo se salvó de la extinción: y es que este pequeño nicho había entrado en crisis durante la Primera Guerra Mundial y a duras penas conseguía recuperarse. Por su parte, la denominación «libros desplegables» (pop-up books) fue utilizada por primera vez unos años más tarde por una editorial de Nueva York, Blue Ribbon Publishing.
Durante el siglo XX, ¡los precios de producción bajaron y los libros desplegables comenzaron a darse a conocer en todo el mundo! En Praga, por ejemplo, el arquitecto e ilustrador checoslovaco Vojtech Kubasta produjo más de 100 libros desplegables para Atria, la editorial estatal checoslovaca. Ahora estas obras maestras están traducidas a más de 12 idiomas y son buscadas por coleccionistas y amantes del género.
Vojtech Kubasta es famoso por sus ilustraciones repletas de detalles pero construidas con mecanismos muy simples, generalmente con una sola hoja de papel. Entre sus obras maestras más conocidas se encuentra «La flota de Colón» que narra el descubrimiento de América y contiene una estupenda ilustración desplegable de las tres carabelas. Pero los libros desplegables de Kubasta acompañan a los más pequeños a un sinfín de lugares diferentes: del Ártico al espacio, de la selva a… las fábricas.
Curiosamente, es justamente el trabajo de este artista el que enciende la mecha de la producción de libros desplegables en Estados Unidos, un país donde, hasta entonces, los libros interactivos eran prácticamente desconocidos. De hecho, el publicista estadounidense Waldo Hunt se topa con un libro de Kubasta y se enamora de él. Por ello, decide contactar con la editorial checoslovaca, pero sin éxito: eran los tiempos de la Guerra Fría y las exportaciones a Estados Unidos no debían ser una prioridad para la editorial.
Así, Hunt decidió fundar su propia editorial, Graphics International, ¡publicando docenas de volúmenes desplegables!
¿Qué otras sorpresas nos deparará el mundo de los libros desplegables?