La artista coreano-canadiense explora el retrato combinando el dibujo, la pintura y la superposición de papel.
Probar estilos es como probarse trajes, dice Christine Kim. Pero lo cierto es que esta artista del papel coreano-canadiense hace tiempo que encontró su propia voz. Sus creaciones exploran el retrato a través del dibujo, la pintura, el corte y la superposición de una manera fascinante y única.
Kim ha dibujado toda la vida, pero reconoce que le llevó mucho tiempo entender el término “artista”. Después de finalizar clases de arte en la escuela secundaria, se licenció en Bellas Artes por la Universidad de Queen. Durante los años que ejerció como profesora, sintió que su parte artística se tambaleaba, así que decidió cursar una Maestría en Educación Artística en la Universidad de Victoria, también en Canadá, país en el que reside.
Cuando en este centro le pidieron que llevara materiales de estudio, cogió lo que tenía más a mano: unos lápices, una navaja y algo de papel. Así fue como, animada por sus profesores, empezó a explorar y experimentar, sin prisa. Y es que, para Kim, uno de los grandes errores que suelen cometer los jóvenes artistas es empeñarse en sacar trabajos cuanto antes, lo que les conduce a encasillarse en unos determinados materiales y técnicas.
En cuanto al proceso creativo, la artista coreano-canadiense empieza sus collages con la figura, inspirándose para ello en las poses y gestos de las fotografías de moda. Después, dispone todos los elementos en su mesa de trabajo, y a partir de ahí empieza a mezclar y combinar para ver cómo encajan mejor, pero todavía sin pegarlos. Kim define este proceso como un rompecabezas creativo que debe resolverse.
Las obras de la artista del papel combinan tanto lo digital como lo analógico. Utiliza cartulinas Bristol -un papel especial de dibujo formado mediante el pegado de varias capas de cartulina entre sí- y papel de acuarela con superficie texturizada. Dibuja sus diseños con iPad y posteriormente los corta con una máquina Silhouette Cameo. Para los cortes diminutos, se ayuda de diferentes tijeras precisas y ergonómicas, además de cutter y punzón.
El resultado son unos delicados retratos que se mueven en el terreno de la ilustración, el collage y la arquitectura, y que, en palabras de la autora, expresan fragilidad y complejidad a la vez.
Uno de sus trabajos más relevantes es ‘Paper Thin’, una serie de dibujos de rostro de mujer rodeados de diferentes capas de elementos como papel pintado con motivos florales combinado con listones de madera. Además, una serie de tocados con reminiscencias al hierro forjado coronan las elegantes siluetas. Las plantas que salen de los tocados cubren parcialmente el rostro, pero sin embargo brotan las flores a su alrededor.
La intención de Kim era explorar la tensión entre “ocultar” y “revelar”, invitando a los espectadores a participar en un juego de rigidez y flujo orgánico. Estos conceptos se repiten en la serie ‘At the End of All this Language’, centrada en los gestos silenciosos y tímidos del cuerpo. Los recortes de papel en forma de encaje representan una valla, de la cual el cuerpo intenta escaparse para encontrar libertad.
El mundo natural, representado a través de hojas y tallos, está de nuevo presente en el trabajo ‘Fragmentary’. Las caras miran tímidamente a través de ellos como si fueran una especie de refugio. Los retratos a lápiz dibujados a mano se combinan con los patrones botánicos diseñados digitalmente, pero recortados con una gran maestría.
Aparte de retratos, Kim también ha desarrollado instalaciones en las que el visitante se sumerge en un mundo de papel. En ‘Confessional’, por ejemplo, que explora la relación entre las esferas pública y privada en la sociedad contemporánea. Para ello, hace referencia a la arquitectura y un espacio tradicionalmente sagrado como es el confesionario.
En ‘Paper Orbs’, en cambio, el público participa activamente en un desfile artístico a través de una ruta por diferentes espacios. El protagonista, cómo no, es el papel, plegado según el arte del origami, ya sea en esculturas, cascos o flotadores de este material.
Para Kim, la clave para poder acumular tal diversidad de obras, pero con un sello distintivo, es tener “días vacíos”. Es decir, espacio de tiempo en los que no tiene clases, encargos ni gestiones burocráticas, momento que aprovecha para crear libremente y de manera muy productiva. Incluso cuando no tiene nada que hacer, le gusta leer un libro, limpiar su estudio o escribir en su cuaderno de bocetos. Y es que, según considera, la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando.
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