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Si tuviésemos que hacer una clasificación de los productos gráficos más maltratados por las empresas y los diseñadores, el catálogo de productos se situaría en una muy buena posición, quizás en el podio.
Muchas generaciones de catálogos se han resuelto gráficamente con paginas y páginas de tablas, imágenes pequeñas, texto técnico y, en general, ninguna voluntad de apelar emotivamente al lector.
En general, existen dos tipos usuarios de catálogos:
- Los que los usan para escoger (el catálogo es una especie de mapa para orientarse y comprar);
- Los que los consultan para vender los productos (el catálogo es una herramienta de trabajo que debe ser perfectamente comprensible, rápida de consultar y repleta de información, porque en este caso sirve sobre todo para vender).
Del catálogo clásico al «modelo IKEA»: el catálogo para sugerir y emocionar
Durante décadas, salvo pocas excepciones, el catálogo de productos ha desempeñado muy bien su función sin tener que contar demasiado, sin preocuparse de las emociones, sin tener que implicar a nadie: hablaba de manera clara y con eso era suficiente.
Pero, desde que las empresas empezaron a vender los productos directamente a los consumidores y sin intermediarios (tiendas, concesionarios, vendedores, etc.), las cosas empezaron a cambiar.
Sin duda, uno de los catálogos más famosos del mundo es el que produce Ikea.
La primera versión se remonta a 1951 y, desde los años sesenta, ha adoptado la forma con la que lo conocemos ahora, es decir, una colección de fotos que representan habitaciones decoradas con los muebles suecos.
A través del catálogo, el consumidor se introducía en las casas decoradas de Ikea, con la impresión de que esos sets fotográficos representaban la realidad. Y, observándolos, comprendía el uso que podía dar a esos muebles, las sensaciones que probablemente habría tenido usándolos.
En pocas palabras, se «implicaba» intensamente al consumidor en la decisión de compra, en el sentido de que se veía proyectado en la posible situación del uso doméstico de los productos, de manera que se iba más allá del mero aspecto técnico de los productos considerados de forma aislada.
Desde entonces, los catálogos han sido cada vez más bonitos e importantes.
En este artículo veremos algunos ejemplos de buen diseño de un catálogo, destacando:
- sus características
- sus partes destacadas
- sus decisiones gráficas más notables
¡Empezamos nuestra visita a los catálogos!
Catálogos del sector de la decoración: los catálogos «editoriales» de Frau y Vestre.
Cuando una empresa como Frau trabaja en un catálogo, tiene la responsabilidad de lograr que transmita un producto de alta calidad y con una historia importante a sus espaldas: tiene la necesidad de confirmar las impresiones que la marca genera en el consumidor.
Y dirás «claro que tiene que hacerlo: después de todo, el catálogo es un producto de comunicación que la empresa usa de cara al exterior». Y, sin embargo, hay que tener en cuenta que el catálogo no es un folleto: su finalidad no es pregonar la calidad del producto, sino confirmarla.
En el proceso de compra, el catálogo se sitúa en uno punto intermedio entre el folleto y la tarjeta de crédito: cuando el consumidor tiene entre sus manos un catálogo, quiere decir que está bastante decidido a comprar. `Por este motivo, los catálogos se encuentran en los puntos de venta, y no en cualquier sitio.
Así, una gran marca del Made in Italy como Frau decide recurrir a uno de los estudios de diseño visual más importantes de Italia: Studio FM Milano.
Tal como se observa en las imágenes, el catálogo se asemeja cada vez más a una revista: implica al lector y muestra no solo todas las combinaciones de forma, color y tejido de los productos de Frau, sino que, por encima de todo, lo sumerge en el universo que representan esos productos.
Una serie de formas gráficas sencillas y de fotografías con efecto vintage recuerdan al periodo en el que los sillones conquistaron el éxito; el minimalismo gráfico está además en línea con un producto de excelencia del diseño italiano.
Las portadas de los diversos catálogos empresariales evocan productos editoriales más que comerciales: en el fondo, ¿cuál, si no su sillón, es el lugar preferido de todo lector?
Por otra parte, el catálogo cumple sus funciones habituales manteniendo un enfoque gráfico original y, al mismo tiempo, ordenado y fácil de comprender.
Y el producto se muestra poco porque lo fundamental es todo lo que gira a su alrededor.
También del sector de la decoración, nos llega el catálogo de Vestre, empresa escandinava de decoración urbana: en este caso, este minimalismo de símbolos y líneas esenciales casa con la fotografía en blanco y negro, mientras que también en este caso se ha cuidado mucho la página con las muestras de colores.
La portada y las páginas introductorias hacen un guiño a las revistas de mayor tendencia del planeta, mientras que el índice renuncia a una visualización en forma de tabla para dejar espacio a iconos y números.
Catálogos del sector de la confección: virtuosismos «temerarios» Desigual & Happy Socks
Seguramente podemos encontrar ejemplos de catálogos de vivos colores y más «temerarios» desde el punto de vista gráfico en el sector de la confección.
Este es el catálogo de Desigual, la marca española de moda. El proyecto gráfico recuerda al de las revistas de moda, con los productos organizados en tablas no simétricas.
Podemos afirmar que, cuanto más desee la marca posicionarse en un nicho de mercado, con la intención de ser percibida como «pop», llena de colores e inusual, más original será su catálogo.
He aquí un ejemplo de Happy Socks, marca de calcetines de vivos colores: el diseño gráfico del catálogo juega con los colores y los motivos de los calcetines, manteniendo siempre la coherencia y legibilidad en sus páginas con la descripción detallada de los productos.
Evidentemente, en los catálogos de productos de confección no basta con hacer unas fotos de ambientación, siendo importante mostrar las prendas en uso, por lo que es necesario fotografiar a personas.
Catálogos del sector de la cosmética y la estética: el minimalismo de Muji
Concluimos nuestro breve elenco con uno de los catálogos más minimalistas del mundo: el de las tiendas de Muji, que fusionan la estética zen y la elegancia gráfica, usando al mínimo los elementos que tienen a su disposición: la fuente Helvetica, el blanco y el negro, bordes y hermosas fotografías. Nada más y nada menos.
Imagen tomada del catálogo de Muji. Copyright: Muji El catálogo funciona muy bien: es informativo y está claro que transmite el objetivo y los valores de la empresa.
Un catálogo de productos puede ser bonito
El secreto está en encontrar el equilibrio entre una presentación gráfica que sepa informar y las fotografías de los productos; este equilibrio debe dar vida a un producto que, más allá de informar, sea capaz de contar algo; sobre todo, que sea capaz de valorizar y mostrar el objetivo y los valores de la empresa.
Cada vez más, el catálogo es una herramienta publicitaria, uno de esos productos que el usuario o consumidor se lleva a casa para poder escoger con toda la calma del mundo. Ikea nos ha enseñado que el catálogo puede convertirse incluso en una lectura nocturna, en un punto de partida para soñar con los ojos abiertos con una nueva casa y, por tanto, una nueva vida.
Un catálogo moderno debe saber transmitir emociones
La tarea del diseñador gráfico consiste en utilizar lo mejor posible todos los elementos que tenga a su disposición: fotografías, información y, sobre todo, la imagen coordinada de la empresa, intentando pensar en ideas útiles para desarrollar el catálogo ya no como una lista de productos, sino como una revista que cuente su historia.
¡Salir airoso de este reto hace que el catálogo sea memorable y ayuda a aumentar las ventas!