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Brian Heppell lleva trabajando en el mundo de la tipografía más de 60 años. Pero ¿cómo podemos decir que trabaja, cuando él mismo se refiere a su trabajo como «hobby remunerado»? Aunque se jubiló hace poco, Brian sigue bastante ocupado y está muy involucrado en el mundo de la caligrafía y la rotulación. Nos ha hecho una visita guiada por las instalaciones de una de las fundaciones de tipos históricas de Londres.
Brian, actualmente con su hijo Tim, ha dirigido el estudio de creación y diseño de carteles y rótulos Glyphics desde 1985. En 2010, también tuvo la idea de abrir una tienda de tipos vintage.
He tenido la maravillosa oportunidad de hablar con Brian sobre su fascinante vida y sobre su carrera, sobre la composición tipográfica en los 50, sobre el significado de la camaradería y sobre por qué los cambios son buenos.
¿Cuándo y cómo descubriste tu pasión por la tipografía y las letras?
El padre de uno de mis amigos del colegio trabajaba en el periódico The Times en Londres y le consiguió a mi amigo un trabajo allí. Mi amigo le preguntó a su padre si podía conseguirme un trabajo también y, para mi sorpresa, me hicieron una entrevista y me ofrecieron un puesto y formación para ser tipógrafo de metal caliente.
The Times me formó en sus instalaciones y, más tarde, también recibí formación como operador de monotipia en The Monotype School en Cursitor Street, Londres, justo al lado de Fleet Street, «la calle de la tinta». La llamaban así porque la mayoría de los periódicos nacionales tenían su sede allí.
Mi primera incursión en las letras de manera profesional fue en 1964, 1965. Un compañero de la School of Printing de Londres se acordó de mi caligrafía. Él trabajaba en una empresa de tipografía fotográfica que se llamaba Photoscript y querían que alguien les hiciese un catálogo de caracteres tipográficos, así que me llamó.
Nada más empezar mi diseño del catálogo, me encontré con un buen escollo: en Photoscript estaban tan ocupados haciendo la composición tipográfica para sus clientes que no tenían tiempo de hacer la tipografía de sus propios catálogos. Así que tuve que aprender yo solo a hacer la fotocomposición.
Luego me encontré con que tampoco tenían tiempo para completar el proceso gráfico y de diseño. Así que también aprendí a hacerlo yo mismo, con el resultado de que, al final, terminé dirigiendo el equipo de producción de Photoscript. Pensé: «Esto podría hacerlo yo en mi propio negocio». De esa manera, me establecí por mi cuenta en 1968 y abrí mi propia empresa de fotocomposición, que se llamó Alphabet.
Pero las cosas fueron cambiando pronto. En esa época, empezaron a aparecer los ordenadores y la resolución de las fuentes e imágenes que producían hizo que la demanda de tipógrafos externos disminuyese de forma drástica. Las agencias de publicidad y las empresas de diseño empezaron a crear sus propias tipografías. Entonces, decidí dejar a mis antiguos socios y comencé una nueva etapa en mi carrera, en la tipografía creativa, montando una nueva empresa que se llamó Glyphics y en la que hacíamos carteles y rótulos.
El pilar central en el que se basaba Glyphics era la experiencia de toda una vida que yo tenía en tipografía: tenía conocimientos de diseño de tipos, tipografía, espaciado de caracteres, espaciado de líneas y la mejor manera de amoldar un tipo a una página. Apliqué todo esto a un nuevo medio: rotulación en vinilos autoadhesivos para carteles. Ahora, la mayoría de la gente conoce esta tecnología, pero a finales de los 70 y en los 80, era una innovación. Y hemos seguido por ese camino hasta el día de hoy.
¿Podrías hablarme un poco sobre la historia de tu tienda de tipos vintage?
La idea de montar una tienda de tipos vintage surgió en una conversación que tuve con mi compañero de diseño, Paul Crome, y con mi hijo, Tim Heppell, en el estudio de Glyphics, hará unos ocho años.
A los tres nos fascinaba la historia de los carteles y los rótulos, y estábamos convencidos de que a otros diseñadores, clientes potenciales y el público en general también les encantaría. Entonces, pensamos que montando una tienda que crease, expusiese y vendiese tipos vintage de tiendas antiguas, fachadas de locales de copas y publicidad en general, atraería a gente que pensase de forma similar. Yo asumí la responsabilidad de llevar la tienda y de buscar y comprar el material. Nos recorrimos subastas, mercadillos callejeros y tiendas de artículos usados, tanto en el Reino Unido, como en el extranjero.
Nuestra Letter Shop empezó a hacerse famosa porque usábamos la página web de Glyphics y las redes sociales, como Instagram, para publicar los carteles que habíamos descubierto y las historias que había tras ellos. Solo vendíamos los carteles en persona: nada de ventas online. Nos visitaban clientes de todo el mundo y grupos de estudiantes de arte de facultades de diseño de Australia, Grecia y Japón. También contactaron con nosotros muchos negocios para que les hiciésemos carteles para sus oficinas, tiendas y restaurantes. Éramos un lugar donde la gente venía a hacerse fotos. Me encantaba el sitio y la gente que conocí en él… Me gusta pensar que hemos causado un gran impacto al evolucionar los servicios que ofrecía Glyphics.
¿Teníais una red de artistas con los que colaborabais para cosas como pintar a mano?
Siempre hemos tenido una red de expertos a los que podíamos llamar para que nos ayudasen con los proyectos de diseño gráfico y para los trabajos de rotulación. Los equipos de diseño que tienen éxito de verdad, ¿por qué lo tienen? Lo tienen porque cuentan con una gran variedad de talentos que pueden utilizar o a los que pueden recurrir. No todo el mundo puede ser Pentagram o un diseñador gráfico como Alan Fletcher o Bob Gill, con sus habilidades innatas para encontrar soluciones ante un problema de diseño.
Así que, para nosotros, era igual. La habilidad para ejecutar los diseños va en cada persona que realice el trabajo. Así, cuando nos encargan un proyecto en el que hay que pintar a mano, podemos asignárselo a la persona que tenga exactamente las aptitudes apropiadas para el encargo, o a quien sepamos que va a estar en la misma onda que el cliente y que va a entender sus necesidades u objetivos.
Es algo interesante: cada rotulista tiene una «huella» única. Puede que pinte una tipografía Trajan tradicional, pero le dará unos toques individuales a su trabajo que otros profesionales sabrán distinguir como suyo.
Lo bonito de esto es que sabes que está pintado a mano, no generado por ordenador e impreso en un vinilo, que es perfecto y uniforme, pero que carece de personalidad.
Llevas en el sector de la tipografía y la producción muchos años y has visto cambios enormes en el sector. ¿Qué echas de menos de los viejos tiempos? ¿Qué es mejor ahora?
Para ser sincero, la impresión y la tipografía era un trabajo muy sucio y laborioso cuando yo empecé a trabajar. Era un trabajo durísimo, tenías que levantar y mover las formas de los tipos, estar agachado frente a la base de una máquina de impresión todo el día, corregir o reparar los tipos defectuosos y luego limpiar los tipos de tinta antes de meterlos en un contenedor para fundirlos y moldearlos de nuevo. Era un proceso que se había mantenido durante siglos. ¡Incluso los pioneros como Gutenberg se habrían sentido como en casa con las prensas de The Times y otros periódicos y empresas de impresión de mediados del siglo XX!
La llegada de los ordenadores lo cambió todo, obviamente. El proceso de impresión dejó de ser un proceso industrial. Hoy en día, los periodistas y los escritores hacen su propia tipografía y diseño de página de forma virtual, sentados en una mesa en elegantes oficinas, con aire acondicionado. A veces, incluso en casa. Las prensas de impresión están, por lo general, automatizadas. Y, en el caso de que los periódicos o revistas se distribuyan online, se puede subir el contenido en tan solo unos segundos, con un simple clic de un escritor o editor.
Este nuevo mundo de la producción impresa digitalizada tiene ventajas muy claras: es limpio, es rápido; sin duda, ¡es mucho más sano! Pero hay cosas que echo de menos: el alboroto de la sala de composición, por ejemplo, con ese olor único a tinta, aguarrás y papel. Pero, sobre todo, lo que más echo de menos es la camaradería: un equipo de personas trabajando juntos codo con codo, cada uno con un papel esencial que desempeñar para producir un producto artesanal refinado y tangible. Para trabajar de tipógrafo se requerían ciertas habilidades. Nos llamaban «los caballeros de la imprenta». ¡Cuánta razón!
Tengo la sensación de que, en la producción impresa de hoy en día, mucha gente trabaja aislada, frente a su pantalla, a veces incluso a una buena distancia, en ubicaciones remotas. Así que no hay para nada la misma camaradería que teníamos con nuestros compañeros.
Desde el principio, siempre has estado bastante abierto a las nuevas tecnologías. ¿Cómo es que siempre has sido así? ¿Te ha ayudado en tu negocio?
Simplemente, me encanta el progreso, pero en todos los campos, no solo en el de la impresión. Me fascinan los avances que se hacen en todo, desde la medicina y la genética, hasta en la forma que la gente se comunica. Por desgracia, hoy en día lo que veo es que no pensamos tanto como antes. Y no hablamos tanto con nuestros compañeros como antes, excepto por medio de la tecnología. Creo que es vital hablar y trabajar cara a cara con la gente: tanto como hablar por medio de un teclado o un móvil.
¿Qué crees que ha hecho que los productos analógicos de alta calidad vuelvan a ponerse de moda?
Creo que esta tendencia es una rebelión contra la perfección de lo generado por ordenador, de lo producido en masa, donde todo es demasiado uniforme y las cosas no tienen personalidad propia. La gente ahora disfruta de las cosas artesanales: las cosas hechas a mano por artesanos, ya sean comida, ropa, muebles o tarjetas de visita.
Quieren preservar y promover estas viejas habilidades y tecnologías antes de que se pierdan para siempre. Se han unido a la idea del reciclaje. Les gusta ponerse manos a la obra y crear sus propias cosas. Aprecian el toque humano. Y ahora son conscientes de que pueden vivir felices con ambas cosas: los objetos hechos a mano, por un lado, y los hechos por máquinas, por el otro.