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Un trozo de madera sobre el que crecen hongos ostra con sombreros anchos y decenas de pliegues en su interior. Una mariposa posándose sobre las delicadas hojas de un ramillete de flores. Un manojo de rábanos recién cogidos que todavía conservan sus alargadas raíces. Los insectos, plantas y alimentos que recrea Ann Wood son tan realistas que hay que mirarlos dos veces para darse cuenta de que están hechos de papel.
La creadora, que creció en una granja de Iowa, en Estados Unidos, rodeada de naturaleza, tuvo claro ya desde pequeñita qué quería dedicarse al arte, aunque no supiera en qué contexto. Dibujaba, pintaba, cosía, hacía fotografías. La comunicación visual se hizo muy importante para una niña que tenía ciertos problemas de dislexia. Su madre, además, siempre la apoyó y le dio todas las facilidades para que cumpliera su sueño. Cuando Ann era adolescente, por ejemplo, le pintó la habitación de blanco para que la pudiera decorar según sus propias ideas. Y ella dedicó horas y horas a forrar las estanterías y pintar animales y figuras por todas las paredes.
En la Facultad de Arte y Diseño de Minneapolis (MCAD), donde estudió escultura y grabado, Ann conoció al que pronto se convertiría en compañero de vida: Dean Lucker. Poco después de graduarse montaron su propio estudio, WoodLucker, y se dieron a conocer en las principales ferias artesanales, galerías y tiendas de museos del país.
La naturaleza como hilo conductor
El giro hacia los trabajos en papel se produjo hace unos años, coincidiendo con la pérdida de su padre. Durante la etapa final de su vida, se interesó por la belleza del mundo natural; en especial, de algunas plantas de la región. En ese momento de profundo dolor y transformación, Ann llegó a la conclusión de que su obra no podía tener el mismo significado. Y vio en la naturaleza un modo de conectar con las personas, incluso con aquellas que normalmente no se interesan por el arte.
Así fue como empezó a diseccionar plantas, flores y frutas de su jardín, transformándolas en delicadas esculturas de papel que compartía en su cuenta de Instagram. La idea era captar la fragilidad de la vida, el instante preciso en el que una flor pasa de ser majestuosa a morir por el efecto del viento, por ejemplo. De ahí que un melocotón pueda tener pequeños moretones o las hojas de una hortensia pueda parecer masticada por un insecto. La acumulación de fotos de su trabajo y la buena acogida de sus seguidores la animó a seguir explorando.
El papel se convierte en un objeto evocador
Al principio, Ann trabajaba a partir de fotografías y dibujos, pero la búsqueda del máximo realismo la llevó a cultivar sus propias plantas para examinarlas y estudiar sus formas y estructuras antes de traducirlas a modelos de papel. Últimamente, por ejemplo, trabaja en kits de cultivos de hongos. También pasa horas observando los insectos que encuentra en su jardín.
El motivo de elegir el papel como material para sus creaciones es porque es económico, se puede comprar en todas partes y es limpio a la hora de trabajar. Tiene de una gran variedad de tipos y gramajes, desde papel tisú superfino hasta cartulina dura. También utiliza alambres y maderas para sostener las estructuras. Ann corta, dobla y manipula los materiales con las manos y pequeñas herramientas y luego pinta sobre ellos hasta que los convierte en un objeto evocador. El momento en el que el papel empieza a cobrar vida es precisamente la razón por la que disfruta creando.
La artista afincada en Minneapolis trabaja cada pieza de manera meticulosa durante días o incluso semanas. Una mariposa, por ejemplo, le puede llevar dos jornadas, mientras que para una planta compleja necesita una semana trabajando cinco horas al día. Además, le gusta ponerse retos y hacer elementos cada vez más difíciles. Ahora trabaja en un mural gigante en su estudio que espera que alcance los 500 especímenes y un día pueda exhibirse en la pared de un museo.